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Momenten / Crónica Visual

Momenten es mi primer crónica visual -un corto que representa la sinfonía de varios instantes, de suspiros exhalados por el tiempo que no regresarán jamás. Espero lo disfruten.

Video, fotografía y edición: Paola Klug

Música: «Phoenix, If You’re A Bird I’m A Bird» por Struluckt

Fragmentos de una Novela Rota III

Aquella madrugada, una llovizna ligera caía del otro lado de la ventana. Dentro del hospital solo se escuchaban por momentos los pasos de la enfermera en turno y el tecleo de mi vieja máquina mientras llenaba los expedientes médicos; yo era el único doctor que se negaba a usar una computadora, eso aumentaba el trabajo de mi asistente, lo sé pero me es difícil aceptar los cambios y salir de mi zona de confort.

Un grito me hizo brincar del sillón, aunque para ser certero un lamento sería una mejor descripción ya que lo único que podía sentir al escuchar ese eco repitiéndose una y otra vez en las paredes era un terrible dolor.

Salí corriendo del consultorio mientras me colocaba la bata y llegué hasta  el módulo de las enfermeras.

-¿Qué pasa? – le pregunté a la encargada de turno.

-No es nada doctor, solo Andra teniendo otra de sus pesadillas; en seguida le suministro un tranquilizante.

-No, déjemelo a mi. ¿En qué habitación está?

-La siete, cama treinta y tres.

-¿Tiene compañera de habitación?

-No, la semana pasada le dimos el alta a la señora Madeira. Andra está sola en este momento.

-Gracias, yo me encargo.

Caminé por el pasillo sin mirar hacia atrás; las paredes estaban cubiertas por mosaicos blancos y fríos, mientras buscaba la habitación de Andra sentí un escalofrío; era la primera vez que veía estas paredes con unos ojos distintos  a los de mi profesión. No es que caminando hubiera dejado de ser doctor, claro que no; es solo que pude verlas como lo haría cualquier humano y en definitiva cualquier humano hubiera podido percibir la desesperante sensación de vacío que daba el hospital. En el ala psiquiátrica ninguna paciente tiene puertas, para reconocer la habitación uno debe leer los números pintados sobre las paredes en un tono verde pastel.

Entré. La habitación  estaba iluminada las veinticuatro horas por una tenue luz blanca, su techo era alto para evitar suicidios  y el ventanal estaba asegurado con gruesos barrotes para evitar fugas; Andra estaba de pie mirando caer la lluvia del otro lado de la ventana. En ocasiones sentía una profunda pena por ella y en otras una total indiferencia; esta noche me daba tristeza verla allí ; parada entre la cama y su gabinete de metal – carente de puertas también-

-Buenas noches Andra

Ella giró su rostro lentamente, me miró y sonrió con pesar; después volvió a mirar hacia la ventana.

-¿Estás bien? La enfermera me dice que tuviste una pesadilla  ¿las tienes seguido? ¿quieres hablar de eso?

-Realmente no, no quisiera pero se que usted insistirá otro día así que no tiene sentido prolongar esta plática -dijo ella mientras se sentaba en su cama-

Nunca en toda mi vida había presenciado tal expresión de derrota, cansancio y dolor en el rostro de alguien. Andra era una flor que se marchitaba lentamente ante mis ojos y yo era incapaz de hacer nada por ayudarle. Sonreí y tomé uno de los taburetes destinados a las visitas y me senté frente a ella.

-¿ Y bien? ¿Es un sueño o una pesadilla?

-Ambas. Mientras duermo es un sueño, al despertar es una pesadilla.

-¿Por qué cambia?

-Se vuelve pesadilla al saber que nunca será algo real, como la mayoría de los sueños. Si mantengo los ojos cerrados, sigue allí y yo sigo siendo parte de él. Al abrirlos se desvanece, me exilia a este lugar, se vuelve inalcanzable.

 -¿Y qué es lo que sueñas Andra?

-Un tendedero. El aire sopla con fuerza y lleva de un lado a otro una sábana blanca  que huele a otoño; está colocado en el jardín frente a nuestras sillas mecedoras. Su base es de madera  al igual que las pinzas con las que sostiene la ropa.

Ese tendedero lo creamos juntos ¿sabe? él y yo. Estábamos sentados  sobre la hierba en una mañana de invierno, el cielo era tan azul que lastimaba los ojos y el aire era frío como siempre lo es en esa época del año. Me acosté sobre sus piernas y ambos comenzamos a platicar sobre nuestro futuro hogar.

Él quería una casa de dos pisos, los dos estábamos de acuerdo con que fuera de madera y piedras.  Adentro habría cientos de libros por todos lados ¿sabe? en las paredes, en los pisos. No tendríamos cama, nos recostaríamos sobre un colchón repleto de almohadas y cojines pequeños; tendríamos una chimenea pequeña y un ventanal que nos dejara ver cada atardecer. Afuera habría un portal en donde colocaríamos una banca de madera como si fuese un columpio y saldríamos cada mañana de nuestras vidas a ver el amanecer sentados allí con una taza de café en nuestras manos.

Él quería un granero aunque no tuviera sentido.  También tendríamos un corral y animales de granja. Vacas, gallinas, borregos y un perro que podría andar libre por donde quisiera.  Después hablamos de tener hijos, no costó trabajo ponernos de acuerdo; serían tres niñas que correrían de aquí hacia allá, serían libres  y felices tal como nosotros lo eramos.

-Es un lindo sueño Andra 

-Si, lo era.

-¿Ya no lo es?

-Hay algo sobre los sueños que nadie dice doctor. Son como el nacimiento y la muerte ¿me entiende? los tenemos solos. Al momento de nacer, de morir, de soñar no hay nadie más acompañándonos aunque nos esforcemos en pensar que si. Mi sueño era lindo hasta que descubrí que solo era mío; desde entonces el sueño cambió.  Ya no estaba él, ni nuestras hijas imaginarias, ni los cientos de libros, ni los animales, ni el atardecer, el amanecer o el granero.

Solo el tendedero permaneció y el cielo azul se nubló por completo dándole paso a la lluvia. Me quedo parada frente a la sábana que ya no huele a otoño sino a lágrimas; la veo moverse de un lado a otro por el capricho del viento.

Entonces me doy cuenta de que yo soy esa sábana, que estoy prensada por los ganchos de madera  y que no hay forma de que pueda escaparme del tendedero, a pesar de la lluvia, del viento, del resto del sueño desvanecido, de mi amor por él.  Estoy atrapada en lo que yo soñé una mañana de invierno.

Y la realidad no es distinta. Abro los ojos y estoy atrapada aquí, entre barrotes y paredes blancas. Sigo siendo la sábana que se mueve al capricho de los demás y usted y él son el tendedero.

Andra  no dijo nada más, se recostó en la cama, cubrió su cuerpo con las sábanas y cerró los ojos. Yo me quedé a su lado hasta que se quedó dormida, hasta que escuché su respiración lenta y tranquila. Después regresé a mi consultorio. Horas después me quedé dormido en el sillón, curiosamente soñé con aquél tendedero que pertenecía a los sueños de Andra.    

 

Fragmentos de una novela rota II

-¿Alguna vez ha cortado un árbol?

-Nunca.

-Entonces no lo entendería doctor.

-Pero puedes explicármelo y haré mi mejor esfuerzo.

Me miró dubitativa mientras sorbía un trago de té; colocó con suma delicadeza la taza sobre mi escritorio, acomodó su espalda en el respaldo del sillón y me sonrió con tristeza.

-Cuando era niña fui obligada a ir a un campamento de verano. Yo no quería ir porque jamás me he sentido parte de ninguna manada; sin embargo en aquellos años yo no tenía posibilidad de elegir nada respecto a mi vida y tuve que hacerlo. El primer día y la primera noche transcurrieron con tranquilidad, todo fue justo como lo esperaba ¿sabe? golosinas escondidas, pláticas tontas y un falso espíritu de compañerismo, pero en la segunda mañana todo se volvió una pesadilla para mi. Un hombre de estatura baja y cabeza calva se apareció frente a nosotros mientras desayunábamos; eligió al azar a varias personas incluida yo y sin decir una sola palabra nos llevó bosque adentro. No le miento doctor, aquello era una aventura para mi. Mi imaginación se levanta y vuela a la menor provocación así que mientras caminábamos tras aquél hombrecillo yo imaginé un sin fin de cosas.

-¿Que imaginaste exactamente?

-Que nos mataría.

-Menos mal que no sucedió.

-Está en un error, de alguna manera aquél hombre asesinó algo dentro de nosotros. Por lo menos dentro de mi.

Me comenzaba a sentir intrigado.

-Continúa por favor.

-Después de unos cuantos minutos el hombre paró y miró hacia nosotros.  Nos señaló con la mano un costal recargado en uno de los árboles y pidió a uno de mis compañeros sacar el contenido y entregarnos a cada uno de nosotros un hacha.

Mi compañero lo hizo sonriente, mientras nos entregaba las armas jugueteaba con ellas junto a los demás. Yo estaba quieta, era incapaz de moverme, incluso por un momento creí que había dejado de respirar. Mi cuerpo estaba tan rígido como el de aquellos árboles que nos rodeaban.

No podía tomar el hacha, asì que mi compañero abrió mi mano con fuerza y después de que la hubiera empuñado  la cerró con la misma violencia. Allí estaba yo,  inmóvil como los encinos y fría como el rocío de la madrugada sin saber qué hacer.

Los demás no tuvieron problemas con eso; en cuanto recibieron las hachas corrieron a elegir un árbol para cortar. Según aquel hombre, el talar nos enseñaría a valorar la sopa caliente y el trabajo pesado. Cuando mis compañeros comenzaron,  el señor se acercó a mi incitándome a hacer lo mismo.

Yo no tenía  intención alguna de hacerlo ¿sabe? pero el hombre alzó la voz desesperado por mi renuencia y mis compañeros se unieron a él. Fue entre gritos y empujones que me acerqué a uno de los árboles y…

Dos gruesas lágrimas brotaron de sus ojos,  se quedó en silencio por un minuto y cuando se repuso continuó.

-De alguna manera, yo sabía que el árbol entendía lo que pasaría. Él sabía que yo lo heriría una y otra y otra vez  hasta matarlo. El árbol sabia que destazaría su corteza, sus ramas  y todas sus posibilidades de vida. No es que el árbol tuviera miedo, no; solo tenía la certeza del dolor y de la muerte.

Cuando el filo del hacha lo penetró en el primer golpe que acerté, sentí como mi corazón se rompía; estoy segura de que lo escuché crujir junto a la corteza. Sus ramas caían  entre mis pies como lo hacían mis lágrimas; detrás de nosotros y el dolor de víctima-victimario, se escuchaban los gritos y las risas de mis compañeros. ¡Que escena tan cruel doctor! Pareciera que la gente es genuinamente feliz provocando daño a otros…

Me quedé en silencio como ella, honestamente no sabía que decirle. No estaba preparado para conversaciones como esta ¿Qué le podía decir? ¿Que los árboles no sienten? ¿Que no asesinó a un ser vivo? ¿Que no debía cargar culpas por situaciones como esta? No. Preferí tomar la tangente y preguntar algo acerca del inicio de esta charla.

-Entiendo tu pesar pero hay algo que se me escapa de las manos. Al principio de la terapia dijiste que  te sentías como un árbol, que la causa de tus problemas era ese. ¿A qué te referías exactamente?

-Pareciera que no me escucha doctor.

Me miró desilusionada y suspiró.

-En algún punto de mi vida la situación cambió.  Desde que lo conocí  fui consciente de que él llevaba el hacha en la mano y yo portaba las hojas y las ramas. Yo sabía que él me lastimaría una y otra y otra vez; yo tenía la certeza del dolor que me provocaría. Sentí en los labios el sabor de mi savia derramada con cada beso que me dio,  sentí el crujir de mi corteza  con cada una de sus caricias y el caer de mis ramas con sus palabras. Pude escapar, lo se, soy un árbol carente de raíces sin embargo quise quedarme para ver hasta que punto me haría caer, me quede a su lado para verlo matarme tal y  como yo maté a ese árbol.

-¿Querías que él acabara contigo?

-No doctor, no se confunda. Lo que se quiere dista mucho de lo que se tiene, yo no quería que él acabara conmigo solo estaba segura de terminaría haciéndolo.

 

Just Before Sunset

 

Fragmentos de una novela rota

El aire soplaba con suavidad, como si fuese un susurro que llevaba de un lado a otro el tenue perfume de la tierra húmeda; el cielo estaba despejado y completamente azul.  Ella rompió el silencio con la voz quebrada:

-Yo estaba en un error- me dijo, mientras su mirada se perdía en el estanque que estaba frente a nosotros.

-¿Cual?- le pregunté mirándola fijamente a los ojos.

-Nosotros lo intentamos mil veces; desde la primera hasta la última pero no se supone que deba ser así ¿verdad?  Cuando dos personas están destinadas a ser algo juntas simplemente lo son, sin esfuerzos, sin sacrificios, sin volverse locos el uno al otro; sin embargo, aún con todo esto nosotros nunca lo conseguimos. Siempre hubo un pero, una justificación, un pretexto, una pregunta por hacer, una respuesta por dar.

Y cuando se esfumaron los peros, cuando ya no era necesario justificarse, cuando no habían más pretextos, cuando se acabaron las preguntas y se dieron todas las respuestas solo encontramos el vacío. Detrás de todas aquellas lágrimas, promesas, sueños, palabras y heridas ya no había nada. No sé si alguna vez hubo amor y simplemente se desvaneció con el tiempo; si desapareció  entre los besos y los resentimientos  o si debo creer lo mismo que él.

-¿Qué  es lo que cree él?

-Le pregunté si me amaba una última vez y  ¿sabe? Es mi culpa, yo vi señales en donde no las había, quise leer entre las líneas de una novela rota. Quizá perdí la cabeza pero puedo jurar que lo escuché decirme «Te amo» mientras estaba en sus brazos hace tanto tiempo que ya parece una eternidad, pero lo dijo e inclusive lo vi en sus ojos o quise verlo, ya no lo sé. Esta vez, esta última vez volví a preguntárselo; no porque dudara como ahora, no. Simplemente quería escucharlo…pero…

-¿Pero?

-Ya no recuerda qué es el amor.  Para ser precisa, él dijo que no sabe qué es y quizá tenga razón.

-¿Tu lo sabes?

-Recuerdo haberlo amado, lo amo, recuerdo amarlo hasta que se me acabe el aliento.

-No se puede recordar el futuro.

-Tampoco se puede revivir el pasado, sin embargo nos aferramos a él. Si no ¿qué es lo hago ahora hablando con usted?

Sentí nostalgia por ella. No pude decir nada más, solo seguí mirando sus ojos tristes hasta que cayó el atardecer; el aire se hizo frío y  volvimos al nosocomio en silencio.

Dì instrucciones para que la enfermera le aplicara un sedante y la paciente pudiese conciliar el sueño. Al concluir mi turno en la sala  psiquiátrica caminé hasta mi casa pero la mirada herida de aquella mujer me acompañó por el resto de la noche. ¿Alguna vez entendería que llevaba su vida entera dentro de esas cuatro paredes? ¿Sabría en el fondo de su ser que ese hombre no existía? …

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Lo Extraño…

 

«Los únicos regalos del mar son golpes duros, y ocasionalmente la chance de sentirse fuerte. No conozco mucho acerca del mar, pero sé que así es. Y también sé lo importante que es en la vida no necesariamente ser fuerte, sino sentirse fuerte. Medirse uno mismo aunque sea una vez. Encontrarse aunque sea una vez en las más primitivas condiciones humanas. Enfrentando la ceguera y la sordera solo, sin nada que te ayude excepto tus manos y tu propia cabeza…»