Aquella madrugada, una llovizna ligera caía del otro lado de la ventana. Dentro del hospital solo se escuchaban por momentos los pasos de la enfermera en turno y el tecleo de mi vieja máquina mientras llenaba los expedientes médicos; yo era el único doctor que se negaba a usar una computadora, eso aumentaba el trabajo de mi asistente, lo sé pero me es difícil aceptar los cambios y salir de mi zona de confort.
Un grito me hizo brincar del sillón, aunque para ser certero un lamento sería una mejor descripción ya que lo único que podía sentir al escuchar ese eco repitiéndose una y otra vez en las paredes era un terrible dolor.
Salí corriendo del consultorio mientras me colocaba la bata y llegué hasta el módulo de las enfermeras.
-¿Qué pasa? – le pregunté a la encargada de turno.
-No es nada doctor, solo Andra teniendo otra de sus pesadillas; en seguida le suministro un tranquilizante.
-No, déjemelo a mi. ¿En qué habitación está?
-La siete, cama treinta y tres.
-¿Tiene compañera de habitación?
-No, la semana pasada le dimos el alta a la señora Madeira. Andra está sola en este momento.
-Gracias, yo me encargo.
Caminé por el pasillo sin mirar hacia atrás; las paredes estaban cubiertas por mosaicos blancos y fríos, mientras buscaba la habitación de Andra sentí un escalofrío; era la primera vez que veía estas paredes con unos ojos distintos a los de mi profesión. No es que caminando hubiera dejado de ser doctor, claro que no; es solo que pude verlas como lo haría cualquier humano y en definitiva cualquier humano hubiera podido percibir la desesperante sensación de vacío que daba el hospital. En el ala psiquiátrica ninguna paciente tiene puertas, para reconocer la habitación uno debe leer los números pintados sobre las paredes en un tono verde pastel.
Entré. La habitación estaba iluminada las veinticuatro horas por una tenue luz blanca, su techo era alto para evitar suicidios y el ventanal estaba asegurado con gruesos barrotes para evitar fugas; Andra estaba de pie mirando caer la lluvia del otro lado de la ventana. En ocasiones sentía una profunda pena por ella y en otras una total indiferencia; esta noche me daba tristeza verla allí ; parada entre la cama y su gabinete de metal – carente de puertas también-
-Buenas noches Andra
Ella giró su rostro lentamente, me miró y sonrió con pesar; después volvió a mirar hacia la ventana.
-¿Estás bien? La enfermera me dice que tuviste una pesadilla ¿las tienes seguido? ¿quieres hablar de eso?
-Realmente no, no quisiera pero se que usted insistirá otro día así que no tiene sentido prolongar esta plática -dijo ella mientras se sentaba en su cama-
Nunca en toda mi vida había presenciado tal expresión de derrota, cansancio y dolor en el rostro de alguien. Andra era una flor que se marchitaba lentamente ante mis ojos y yo era incapaz de hacer nada por ayudarle. Sonreí y tomé uno de los taburetes destinados a las visitas y me senté frente a ella.
-¿ Y bien? ¿Es un sueño o una pesadilla?
-Ambas. Mientras duermo es un sueño, al despertar es una pesadilla.
-¿Por qué cambia?
-Se vuelve pesadilla al saber que nunca será algo real, como la mayoría de los sueños. Si mantengo los ojos cerrados, sigue allí y yo sigo siendo parte de él. Al abrirlos se desvanece, me exilia a este lugar, se vuelve inalcanzable.
-¿Y qué es lo que sueñas Andra?
-Un tendedero. El aire sopla con fuerza y lleva de un lado a otro una sábana blanca que huele a otoño; está colocado en el jardín frente a nuestras sillas mecedoras. Su base es de madera al igual que las pinzas con las que sostiene la ropa.
Ese tendedero lo creamos juntos ¿sabe? él y yo. Estábamos sentados sobre la hierba en una mañana de invierno, el cielo era tan azul que lastimaba los ojos y el aire era frío como siempre lo es en esa época del año. Me acosté sobre sus piernas y ambos comenzamos a platicar sobre nuestro futuro hogar.
Él quería una casa de dos pisos, los dos estábamos de acuerdo con que fuera de madera y piedras. Adentro habría cientos de libros por todos lados ¿sabe? en las paredes, en los pisos. No tendríamos cama, nos recostaríamos sobre un colchón repleto de almohadas y cojines pequeños; tendríamos una chimenea pequeña y un ventanal que nos dejara ver cada atardecer. Afuera habría un portal en donde colocaríamos una banca de madera como si fuese un columpio y saldríamos cada mañana de nuestras vidas a ver el amanecer sentados allí con una taza de café en nuestras manos.
Él quería un granero aunque no tuviera sentido. También tendríamos un corral y animales de granja. Vacas, gallinas, borregos y un perro que podría andar libre por donde quisiera. Después hablamos de tener hijos, no costó trabajo ponernos de acuerdo; serían tres niñas que correrían de aquí hacia allá, serían libres y felices tal como nosotros lo eramos.
-Es un lindo sueño Andra
-Si, lo era.
-¿Ya no lo es?
-Hay algo sobre los sueños que nadie dice doctor. Son como el nacimiento y la muerte ¿me entiende? los tenemos solos. Al momento de nacer, de morir, de soñar no hay nadie más acompañándonos aunque nos esforcemos en pensar que si. Mi sueño era lindo hasta que descubrí que solo era mío; desde entonces el sueño cambió. Ya no estaba él, ni nuestras hijas imaginarias, ni los cientos de libros, ni los animales, ni el atardecer, el amanecer o el granero.
Solo el tendedero permaneció y el cielo azul se nubló por completo dándole paso a la lluvia. Me quedo parada frente a la sábana que ya no huele a otoño sino a lágrimas; la veo moverse de un lado a otro por el capricho del viento.
Entonces me doy cuenta de que yo soy esa sábana, que estoy prensada por los ganchos de madera y que no hay forma de que pueda escaparme del tendedero, a pesar de la lluvia, del viento, del resto del sueño desvanecido, de mi amor por él. Estoy atrapada en lo que yo soñé una mañana de invierno.
Y la realidad no es distinta. Abro los ojos y estoy atrapada aquí, entre barrotes y paredes blancas. Sigo siendo la sábana que se mueve al capricho de los demás y usted y él son el tendedero.
Andra no dijo nada más, se recostó en la cama, cubrió su cuerpo con las sábanas y cerró los ojos. Yo me quedé a su lado hasta que se quedó dormida, hasta que escuché su respiración lenta y tranquila. Después regresé a mi consultorio. Horas después me quedé dormido en el sillón, curiosamente soñé con aquél tendedero que pertenecía a los sueños de Andra.