Aquella luz verdecina se disipó rápidamente, para mi sorpresa la señorita Amalia y yo estábamos saliendo de un enorme árbol de ceiba cuyas raíces se extendían más allá de donde nuestros ojos alcanzaban a ver.
El olor de la naranja agria y el coco llegaban hacia nosotras desde el océano que podía escuchar romperse a lo lejos.
-¿Mi hermano está aquí? Le pregunté emocionada
-Me parece querida que tendremos que caminar hacia allá para averiguarlo –me respondió mientras las falanges de alfeñique de su dedo anular señalaban un camino de jícaras con veladoras prendidas adentro.
Mientras tomábamos aquél mágico camino hacia lo desconocido observé que en ambos lados de la vereda habían cientos de plantas de albahaca y ruda –frescas y secas- pero todas colgadas sobre las ramas de los árboles a nuestro alrededor. Más adelante encontramos un cúmulo de la arena más blanca y suave que yo había visto jamás, rodeando la arena estaban colocadas varias ollas de barro a modo de floreros que contenían virginias moradas, xpujuc amarillas, cempasúchil y cientos de flores de amor seco, al centro del cúmulo había un letrero hecho en el tronco de un cedro viejo: Hanal Pixán –decía-
-¡Oh! ¡Oh! Gritaba emocionada la señorita Amalia mientras brincaba de un lado a otro haciendo sonar nuevamente su collar de perlas y sus pulseras de oro.
¡Llegaremos a Hanal Pixán! ¡Llegaremos a Hanal Pixán! ¡Corre Nube! Corre o nos los perderemos, es allí adonde está tu hermano ahora.
Me tomó con fuerza de la mano y ambas por igual comenzamos a correr hacia abajo mientras me contaba de qué se trataba todo esto.
-Siempre quise estar aquí ¿sabes? Llegaremos justo el día de muertos y es que es eso es el Hanal Pixán Nube, el día de muertos pero celebrado de una manera muy distinta a la que casi todos conocemos, esta es la fiesta del viento sur, del mar turquesa y de la selva tibia.
Por fin habíamos llegado a la playa, el mar era más azul que el cielo y entre la blanca arena se extendía un largo sendero cubierto de flores naranjas y palmas verdes recién cortadas a juzgar por su olor; sobre él, miles de calaveras como nosotras caminaban en procesión hasta lo que parecía ser un altar colocado junto a unas piedras; fuimos hasta donde los demás estaban y comenzamos a caminar con ellos en la búsqueda de mi hermano.
Durante nuestro trayecto un alma dulce y amable se nos unió. Betty era su nombre…
Llevaba colgado en el cuello un hermoso collar de ámbar y un bello vestido bordado en color verde, azul y naranja. Las cuencas de sus ojos estaban rodeadas por flores rojas de papel estaño y en su frente brillaban algunos caramelos rosados. Al igual que la señorita Amalia, yo y todos los que habitamos en este lado de la olla, Betty estaba hecha de alfeñique.
Como éramos nuevas en el Hanal Pixán y no teníamos ningún familiar que nos brindara la cena aquella hermosa noche, ella se ofreció a llevarnos a su casa una vez que se abriera el portal de las ánimas, sería con ella con quien degustaríamos nuestros alimentos, pero eso no fue todo, no; Doña Betty también nos ayudó a encontrar a mi hermano, a diferencia de la señorita Amalia y de mí, ella tenía a casi todos sus familiares a su lado por lo que fue fácil organizarnos para encontrarnos con él.
-¿Cómo era? –me preguntó con dulzura
-Era muy alto y muy flaco, su risa era contagiosa y estoy segura de que debe traer puesto algo de color verde.
-¡Ya oyeron muchachos! -Gritó Doña Betty ¡A buscar un huesudo gigantón con ropa verde!
Docenas de calaveritas de todos tamaños comenzaron a correr hacia todas direcciones con el encargo de Doña Betty, quién lo encontrara primero podría traer de regreso un litro entero de atole nuevo, balché y chocolate.
No habíamos dado ni cinco pasos cuando alguien gritó ¡Encontré al gigantón! ¡Encontré al gigantón!
Mis piernas y mis brazos temblaron sin parar, desde que él murió lo único que quería era verle de nuevo y ahora que tenía la oportunidad de encontrarme con él era incapaz de moverme.
La señorita Amalia se me acercó con ternura.
-No hay nada que temer Nube, solo hemos cambiado ¿no lo ves? Aquí no hay pretexto alguno para seguir sufriendo, uno siente miedo allá porque desconoce la verdad, pero ya no puedes temerle a lo que tienes frente a tus ojos. Ve con él que te está esperando…
Cada paso que di en su encuentro me pareció una eternidad mientras recordaba nuestros momentos juntos del otro lado de la olla, nuestros juegos y nuestras peleas, nuestras travesuras y nuestros secretos. Un par de calaveritas pequeñas me sacaron de mi ensueño y me llevaron a rastras sobre la arena hasta donde se encontraba mi hermano para poder cobrar el premio.
Él estaba de espaldas a nosotros mirando hacia el mar, el mar que me lo había quitado me lo volvía a dar.
-Hermano –susurré y entonces él volteó
Sus dientes de leche castañearon en una carcajada y se abalanzó hacia mí como cuando era un niño pequeño, nuestros huesos de dulce crujieron entre la arena debido al golpe que nos dimos sin embargo no había dolor, solo una inmensa alegría por vernos de nuevo. En su frente llevaba una flor de olivo y colocada una playera verde-amarillo, nos miramos y volvimos a sonreír.
Todo había quedado atrás, allá, en el otro extremo de la olla.
Nos levantamos de la arena y nos abrazamos mirando hacia el mar, parecía que el alfeñique había endulzado nuestros espíritus, ya que todo lo que sentíamos era afable y tierno. No tardamos en ponernos al día, en contarnos todo acerca de nuestros respectivos lugares, en hablar de papá y de todos a quienes habíamos dejado atrás.
Después le presenté a la Señorita Amalia y también a Doña Betty y su hermosa familia, ella nos avisó que ya era hora de partir, el Hanal Pixán comenzaría y tendríamos que estar todos juntos para evitar perdernos.
Todos nos incorporamos en la procesión, la comida de las ánimas ya estaba lista.
En el cielo retumbó un trueno que hizo cimbrar la arena, las piedras e incluso el mar, sobre nuestras cabezas comenzaron a formarse enormes nubarrones en forma de espiral de los más diversos colores, algunos verdes, morados, rojos y grises y justo cuando pensé que no podía ser más espectacular de entre las nubes comenzó a moldearse una enorme serpiente.
-Es Kukulkán –nos dijo Doña Betty
La serpiente de escamas de nubes descendió hasta la arena, justo en donde estaban las piedras del enorme altar, tocó una de ellas con el cascabel de su cola y desapareció entre las olas del mar, la puerta entre los dos extremos de la olla estaba abierta, los muertos podríamos regresar.
Conforme atravesábamos la puerta podíamos ver cientos de miles de velas hechas con cera de abeja repartidas en cada uno de los caminos, millones de pétalos de distintas flores caían hasta nuestros pies. Tomé a mi hermano y a la señorita Amalia de la mano mientras seguíamos a Doña Betty y su familia.
Íbamos sobre un camino empedrado, de cada lado del mismo la frondosa selva se levantaba majestuosa; escuchábamos a lo lejos el canto de las aves y de los animales nocturnos escondidos entre la maleza. Arriba el cielo repleto de estrellas y la luna llena –tan redonda y hermosa como la recordaba- iluminaban nuestros pasos al compás del viento que hacía temblar la luz de las velas.
-Ya falta poco – dijo Doña Betty mirando hacia nosotros mientras señalaba una casa pintada de amarillo en el extremo del pueblo.
Las calaveras más pequeñas comenzaron a correr emocionadas, se encontrarían de nuevo con sus padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos, hermanas y amigos. Los vimos atravesando un enorme portón de madera y perderse en el interior de la casa.
Doña Betty se acercó a nosotros para explicarnos lo que pasaba.
-La primera noche del Hanal Pixán es para los niños y las niñas. Los altares en las casas están llenos de comida, dulces, bebidas y juguetes para ellos – nos dijo mientras atravesábamos la puerta.
Al entrar descubrimos un patio hermosamente decorado con flores. Al fondo y dando la espalda al mar, estaba colocado un precioso altar; sus paredes eran de palma tejida al igual que su techo, la mesa era grande y tenía tres pisos cubiertos por un mantel blanco con varias flores coloridas bordadas a mano.
-Esta noche se conoce como el Hanal Palal, todo lo que ven sobre el altar es nuevo y fue hecho por nuestra familia: las servilletas, el mantel, las jícaras, las velas de colores y por supuesto la comida. Ellos quieren que sepamos cuan felices están de recibirnos de nuevo.
-Es encantador –le respondí
-Aquí hay atole nuevo, jícamas, mandarinas, dulces de coco, papaya y pan. Abajo están los guisados con pollo y por supuesto, los juguetes que nuestras pequeñas calaveras dejaron aquí.
Pero caminen, caminen por allí y prueben lo que quieren siempre y cuando los niños les den permiso porque hoy es su noche.
Mi hermano y yo fuimos a caminar por la casa, la señorita Amalia prefirió quedarse con Doña Betty y ayudar con lo que hiciera falta. Ambos nos quedamos un buen rato mirando las fotografías de los niños y niñas sobre los altares, estaba conmovida al ver a los pequeños y pequeñas tocar las manos cariñosas de sus madres quien a pesar de no poder verlos, les sentían y sabían cerca.
Una vez terminada su cena, mi hermano y yo terminamos yendo a jugar con todos ellos entre las olas del mar, pero eso sí, una vez que salió el sol, todos fuimos a descansar entre las urnas del cementerio familiar.
Cuando la noche llegó notamos que todo en el altar había cambiado, esta segunda noche era conocida como U Hanal Nucuch Uinicoob y era para las calaveras adultas, es decir, para nosotros.
El mantel era completamente blanco y estaba decorado con jarras de barro, sahumerios y flores amarillas, sobre la mesa había sal, agua y tamales de la región. Entre las jícaras, los platos y charolas varias ramas de ruda recién cortada, diversas frutas, maíz de colores y docenas de velas blancas.
-Este es el chimole y estos los tamales, encontrarán que tienen varios huesos de pollo dentro, esto es para que no comamos todo tan rápido- dijo sonriente mientras nos servía un plato
Esto lo prepararon nuestras familias especialmente para ustedes, siempre se debe hacerse una comida de más para quienes se perdieron camino a su casa.
-¿Eso fue lo que te pasó? –le pregunté a mi hermano
-No, sé bien donde está la casa pero te explicaré después lo que me trajo aquí. ¡Ahora cenemos! –me respondió sonriente
Puedo decir que nunca había probado algo más rico que el balché y que aquella noche fue una de las más felices que puedo recordar. Todos comimos, reímos, platicamos y bailamos hasta que el amanecer llegó y tal como la noche pasada, con el primer rayo de luz tuvimos que ir a descansar nuevamente.
La tercera noche era conocida como misa Pixán y todos los amigos, familiares y vecinos de Doña Betty se congregaron en el interior del cementerio; fue allí adonde convivimos con los vivos por última vez, llegaron cargados de comida, velas y flores, comieron junto a nosotros y los vimos reír y llorar.
Fue allí que mi hermano se separó de todos y me pidió acompañarlo a la orilla del mar.
-¿Ya visitaste a tu muerte?- me preguntó
-Sí, ya la he visitado
-¿Te habló de la cuarta puerta?
-No exactamente, me dio la llave para abrirla y me dijo que una vez que la abriera sabría hacia donde me conduciría.
-Yo la abriré hoy y quiero que me veas hacerlo.
-¿Adónde te llevará?
-Verás hermanita, aunque de verdad me gusta mucho mi propio lugar tengo una enormes ganas de estar más tiempo en este lado de la olla ¿me entiendes? Quiero seguir aquí y comenzar todo de nuevo.
-¿A qué te refieres?
-A que puedes volver a nacer si lo deseas y yo lo deseo.
Sentí mucha alegría por mi hermano y lo entendía completamente, de hecho estaba segura de que algún día haría lo mismo. Yo intuía hacia donde llevaba la cuarta puerta, quizá por el hecho de que la había abierto varias veces aunque no lo recordara aun, así que solo pude abrazarlo y desearle buena suerte. Esperaba que su nueva familia lo recibiera con el cariño y amor que él se merecía.
-¿Dónde está tu puerta?
-En el mar, tu cuarta puerta siempre te llevará al último lugar en el que estuviste antes de partir. Morí en el mar, volveré a nacer en él.
Lo abracé con fuerza y me despedí nuevamente de él. Mi hermano caminó hacia las piedras en donde reventaba el océano, sus pies de dulce se sumergieron entre la espuma blanca y las olas turquesas. De su cuello colgaba la llave de la cuarta puerta, la colocó sobre la hendidura de una de las piedras y desapareció abrigado por la luz y el calor de una nueva vida.
De mis ojos brotaron nuevamente las lágrimas de anís, le extrañaría profundamente pero me alegraba tener la certeza de que en algún lo volvería a ver y regresaría con mil historias nuevas para contarme.
Cuando la cuarta puerta se cerró yo regresé con la señorita Amalia y con Doña Betty, permanecimos juntas hasta el octavario del Hanal Pixán, ayude a cargar todos los alimentos que dejaron las familias en los altares de vuelta a nuestros propios lugares, caminamos de vuelta entre las veladoras, las flores y los rezos de las cantoras hasta que el portal entre los dos extremos de la olla se volvió a cerrar.
Después de despedirme de mis nuevas amigas regresé a mi finca, a mis libros, a mi huerta de mandarinas y calabazas para pensar, para sentir, para esperar…
Texto e ilustración: Paola Klug
Continuará…